DÉBORA Y SU PECULIAR FAMILIA
Primera parte
Capítulo I – Descubriendo a Débora
Roberto Estébanez, Robert para todos, aparcó el pequeño vehículo verde Ford Focus RS ante la puerta del pub. Éste ostentaba un gran letrero de neón muy atractivo que ponía MARIO’S PUB. Miró al jovencito que llevaba a su lado diciéndole:
-Es aquí, Ferdy –Lo tomó por el brazos antes de que el chico saltara del coche muy nervioso – ¿Recuerdas lo que dije ibas a ver? Te dolerá mucho, como me dolió a mí la primera vez, pero es mi obligación, como hermano mayor, enseñarte la verdad cruda.
-Y yo no sé porqué siempre te hago caso, Robert, pero aquí estoy, demostrándote que no soy un niño ni un cobarde como me llamaste estos días atrás. Sea cierto o no, para mí mamá sigue siendo la mujer mejor del mundo.
-Bueno, Ferdy, tú lo has querido –Dijo el mayor de los dos hermanos con una sonrisa cínica -El que avisa no es traidor, tío ¡Vamos allá!
Entraron en un amplio salón que derrochaba categoría y bienestar, a media luz y con música ambiente. A los ojos de Fredy, que no entendía mucho de esos lugares de mayores, le resultó un buen sitio, cómodo y amable. Un hombre altísimo, de más de dos metros y muy gordo, le salió al paso moviéndose como un luchador de sumo japonés. Vestía una pescadora hawaiana tan colorista como el gran letrero que había afuera. Todo en él era grande: el rostro atractivo y bonachón, los mofletes de su cara, redondos y grandes moviéndose como flanes recién puestos en un plato, sus brazos y manazas… Los ojos eran rallas medianas desaparecidos bajo los gruesos párpados. El gigantón miró al mayor de los hermanos con desprecio.
-Al final decidiste traer a tu hermano pequeño, Robert. Si lo vas a exponer a la humillación de verla trabajar, eres un hijo de la gran puta. Y no me refiero a ella que, siendo una puta, es mucho mejor que tú, cabrón de mierda. Pero allá con tú conciencia. Venid, os tengo un sito vip, es pura platea donde podréis verla follas de primera mano.
El hombre caminaba delante de ellos moviéndose con ligereza a pesar de su gran volumen. Si su altura era considerable, el peso que soportaba las piernas lo era mucho más.
Subieron a un segundo piso, a una habitación dormitorio que parecía privada. Al entrar y enfrente a la puerta se veía una ventana alargada con cristal y detrás de esta una gran habitación con un dormitorio de matrimonio muy elegante, toda ella decorada con buen gusto. Allí, al pie de la gran cama, se encontraba un hombre alto y desnudo de cintura para arriba. El pantalón con la presilla desabrochada y la correa del cinturón cayéndole a lo largo de la pierna derecha. La cremallera de la bragueta sí estaba baja total.
-Dentro de cinco minutos aparecerá vuestra madre. Llamó comunicando que ya había salido del trabajo y venía hacia aquí –Dirigiéndose al más pequeño de los dos le comentó colocándole una mano en el hombro -Fernando, hijo, apártate de este miserable que tienes como hermano. Te hará mucho daño en el futuro, ya te lo está haciendo trayéndote a este lugar.
El chico no daba crédito a lo que oía y el gordo, que esperaba una respuesta positiva del jovencito no la obtuvo. Esperó un rato y, moviendo la cabeza negativamente, marchó de la habitación con pasos lentos, moviendo los labios pero sin salir palabra algunas de ellos. Cerró la puerta tras de él sin hacer ruido.
El hombre del otro lado del cristal se dirigió al mueble bar. La bragueta parecía más abierta y el pantalón empezaba a caérsele. Estaba sirviéndose un whisky cuando en ese momento la puerta de la habitación se abrió. Bajo el marco apareció una mujer de mediana estatura, relativamente joven y de una elegancia sorprendente. No se la veía bella más bien agradable y con facciones finas. Destacaba de ese rostro atractivo los ojos grandes, expresivos y azules como el cielo y unos labios gordezuelos rojos como la granada. No era gruesa pero tampoco delgada, estaba tan sólo a mitad camino dentro de sus cuarenta y cinco años. Empezaba a perder su talle pero las nalgas se las veían amplias, respingonas y macizas. Unos pechos generosos y erectos por naturaleza. Su cabello castaño claro y liso le caía sobre los hombros como al descuido.
-¡Hola, Martín! Soy Débora.
-¡Dios, cómo te pareces a…! –Dijo el hombre en el colmo del asombro cuando la tuvo delante. Pero reaccionó al momento, recuperándose. Enseguida le ofreció un vaso con la misma bebida suya –…toma, lo he preparado para ti.
-Gracias –La mujer cerró la puerta, se acercó al hombre, tomó el vaso y se dirigió al amplio lecho. Dejó el vaso sin tocar sobre la mesilla de noche y comenzó a desnudarse enseñando primeramente sus orondas mamas queriendo escaparse de la del minúsculo sostén.
El vestuario femenino se componía de una blusa de seda blanca semitransparente por la que se divisaba el sujetador de igual tono y copas pequeñas por donde sobresalían esos senos. La falda, igualmente blanca, ceñía mucho sus glúteos denunciando que no llevaba bragas o al menos eso le pareció al hombre que empezó ya a quitarse los pantalones. Mientras, Débora, que así se llama la mujer, empezaba a bajar la cremallera de la falda. El hombre se acercó por detrás despacio, recreándose en la hembra que tenía delante y comenzando a palparle con las dos manos el soberbio culo. Ella dejó caer la falda al suelo mostrando unas nalgas rectas, prietas y desnudas. Tenía tanga, cierto, pero de hilo dental. Ella seguía mirando al frente mientras él continuaba acariciándola. Sin dejar de sobarla se inclinó sobre la mujer buscando los labios rojos y apoderarse de ellos al ofrecérsele de inmediato.
Fernando, desde su observatorio, dio un brinco en la silla. Sintió que el mundo se caía a los pies y sus ojos quedaron empañados por dos sendos lagrimones gruesos que resbalaron por su terso y aniñado rostro. La mujer del otro lado de la luna, la que se entregaba ya completamente al hombre desconocido era su madre, la mujer que más quería en el mundo, una madre muy especial que, sin darse cuenta de ello, se había convertido poco a poco en el centro mismo de su vida, el ideal femenino por excelencia que tanto deseaba a sus catorce años recién cumplidos. De pronto, quiso salir corriendo de allí, despavorido por lo que veía. Robert no lo dejó ir.
-Has venido a ver lo puta que es nuestra madre ¿no? Pues a apencar con ello, tío.
Aquel hombre había subido sus manazas lentamente por los costados de Débora metiéndolas por entre los brazos de ella y apoderarse de sus buenas tetas que apretaba una y mil veces sin que ella se moviera del sitio. En silencia seguía mirando al frente. Tan pronto tuvo oportunidad se agachó recogiendo su vaso de bebida y empezando a saborearla. El amante seguía ocupado con sus pezones empitonados redondeándolos entre los dedos largos, pellizcándolos y dándose cuenta de la grandeza de éstos.
La giró hacia él y, de repente, la besó con fuerza en los labios abrazándola, masajeando completamente las nalgas, buscando su coño que obtuvo sin problemas cuando ella abrió las piernas.
-Si permites quitarme el resto de la ropa seré tuya completamente –Le dijo con un hilo de voz, pero alto y claro –…solo queda el sujetador y el tanga… Martín
Él consintió dando tres o cuatro pasos atrás para contemplarla de arriba abajo. Sin apartar la sonrisa de admiración, recreándose en la hembra y saboreando nuevamente el whisky.
Al momento, Débora estaba desnuda ante sus ojos, mostrándose completamente deseable y tentadora. Su estómago indicaba una pequeña y agradable curvatura que terminaba en un pubis exento de vello. Ante él una buena vulva de labios anchos, carnosos y algo abiertos por el mucho uso que le daba. La furcia, a su criterio, gozaba de unas piernas perfectamente delineadas y unos muslos redondos y carnosos.
Detrás de aquel observatorio el pequeño Fernando, Ferdy para todos los que lo conocían, brincaba en la silla que el gigante gordo les había proporcionado. Delante de él, a unos tres metros de distancia y separados por el grueso cristal, su hermosa madre se entregaba a un hombre que no era su padre ni Robert. No, no podía mantenerse sentado, tenía que marchar porque el espectáculo lo ahogaba. Pero su hermano mayor seguía sujetándolo con fuerza sin dejar que se moviera de la silla.
Débora se dejó magrear por todas partes pasándole su brazo por el cuello masculino, besándolo de vez en vez. Ella, conteniéndolo por un momento, se puso de cara a él pasándole los brazos al cuello nuevamente, acercando su cabeza leonada para comerle la oreja, deslizándose por el cuello sin dejar de besarle el rostro y llegar a los pequeños pezones que lamio y mordió suavemente con sus dientes blancos y perfectos. Comenzó a arrodillarse lentamente, agarrándose a los costados de él. Su lengua no paraba de lamerlo hasta llegar al estómago parándose allí para humedecer el ombligo, bajando nuevamente hasta un pubis peludo de donde aparecía una gran polla viva y completamente erecta que acariciaba su rostro expresivo.
Sus manos tomaron con ganas aquel pene y los escrotos anchos, cargados del semen que recibiría en su boca o en su coño. De pronto, Ferdy pegó un brinco en la butaca y Robert también. Ambos quedaron pasmados cuando su madre, mirando intensamente al gran cristal de la pantalla, comenzó a chupar la polla del hombre introduciéndola en la boca hasta desaparecerla completamente, sin atisbo de ahogo y una gran profesionalidad, sacándola, pasando la lengua por el contorno del cilindro y metiéndose en la boca las bolsas escrotales una a una, A los hermanos les dieron la impresión de que ella sabía o presentía que la estaban observando y los quería mortificar por ello, machacarlos con semejante mamada por ser unos malditos voyeurs.
La melena castaña cubrió su rostro por unos momentos y ella, coqueta y muy femenina, la retiró para atrás, descubriendo su fino y atractivo rostro, fijando los grandes ojos risueños en aquel cristal. Ferdy, aterrado, se soltó de un tirón de la férrea mano de su hermano y, asfixiado por la visión de su madre, salió de la habitación corriendo, dejando la puerta abierta. El gordo, que en ese momento subía las escaleras llevando una bandeja con bebidas y dos vasos, le cortó el paso sin problema alguno. Con un cariño desconcertante para el chico lo abrazándolo apretándolo contra su gran panza. Dejó el servicio sobre una pequeña mesita de recibidor parte del mobiliario del pasillo y lo condujo hasta la barra para invitarlo a una tónica y proporcionándole un calmante.
-Tranquilo, compañero, tranquilo. El cabrón de Roberto no tiene perdón de Dios. Esto no se hace con su propio hermano. Mira una cosa. No debes juzgar jamás a tu madre por lo que has visto, ella os quiere mucho a los tres como quiere a tu padre. Ella es una enferma del sexo, el padre de ella se la follaba convirtiéndola en una ninfómana. No se puede hacer nada contra eso sólo tratarlo. Y la interesada, al parecer, no quiere por el momento. Tu padre lo sabe todo y le concede esa libertad que ella necesita para desfogarse. Las citas con otros tíos las acuerdo yo con el consentimiento de vuestro padre porque es la única forma de controlarla. Yo aquí sólo soy el alcahuete que le proporciona los amantes a cuenta gotas y como se me ha pedido. No odies a tu madre. A Roberto si.
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Débora se encontraba ahora a horcajadas sobre el amante de turno, con la tremenda polla bien metida en un coño perfecto de labios gruesos y depilados. Se movía rítmicamente de arriba abajo mientras sus tetas eran agasajadas por las manos temblorosas del hombre. Al rato, él se corrió generosamente dentro de la vulva de la mujer con movimientos espasmódicos. Ahora, sus manos no dejaban de palmear ruidosamente el buen culo de la hembra. Ésta, mirándolo con el ceño fruncido pero con la tranquilidad de la mujer del oficio, la sacó lentamente saltó de encima de las piernas masculina y de la cama, tomando la polla chorreante con la mano derecha y acercándola a su boca. Durante un rato la mamó saboreando con gusto los jugos de ambos, descapullándola aún más y pajeándola para que expulsara las últimas gotas.. Otra vez dirigió la mirada hacia la ventana. Robert, ahora solo, volvió a estremecerse completamente.
Cuando la prostituta terminó su trabajo, el hombre, ahora elegantemente vestido, mostraba una sonrisa de agradecimiento y su mano se levantó con ánimo de darle un cariñoso un cachete en el rostro. Débora se lo impidió agarrándosela. Éste lo comprendió y, sin decir nada, sacó la cartera entregándole un buen fajo de billetes. Acto seguido, sin más que decirse dirigió sus pasos a la puerta. Pero se detuvo, se giró y tomándola por la cintura desnuda la abrazó con fuerza contra su pecho dándole un apasionado y largo beso en la boca de ella que seguía impregnada de sus propias flemas. Débora correspondió echándole los brazos al cuello y suspirando cuando la soltó. Con el cliente fuera de la habitación sacó una botella azul Prusia pequeña echándose un buen buche del líquido y realizando unas sonoras y grotescas gárgaras. Acto seguido la arrojó en el vaso de wiski y se limpió la comisura de los labios con una toallita húmeda desechable.
Enseguida empezó a contar los billetes uno a uno mientras sonreía abiertamente. Ya no miraba a la gran ventana que tenía enfrente. Se levantó de la cama destilando hilos de semen que caían por los muslos procedentes de su vulva abierta y palpitante. Se colocó delante de la ventana contemplándose entera, comenzando a acariciarse todo su cuerpo despacio y con mucha sensualidad, moviendo después el manojo de billetes recién ganado y haciéndolos sonar como si fueran unas maracas y guardándolos, a continuación, en su bolso con una coquetería malintencionada. Estirando el brazo a la derecha apretó un interruptor invisible que había cerca de ella.
Inmediatamente la ventana quedó a oscura, ciega. El espectáculo había terminado pero no así una carcajada femenina estridente y burletera que se dejó oír al otro lado de la pantalla-espejo.
-¡¡¡Putaaaa! –Gritó Robert fuera de sí y con la misma intensidad. Comprobó de una vez que su madre sabía que él estaba allí de voyeur. Sintió vergüenza y terror a la vez, la misma sensación que su hermano pequeño Ferdy había padecido casi una hora antes.
Capítulo II – La familia Estébanez
Cuando Robert bajó se topó con el gigante. Su cara expresaba la ridiculez personificada. Estaba rojo por la ira, fuera sin poder contenerse a la mole humana.
-¡Eres un cabrón traidor, Mario! ¡Le dijiste a mi madre Débora que estábamos aquí! ¡Yo confiaba en ti y nos has vendido, gordo maricón de mierda! Te arrepentirás de…
Un sonoro revés en plena cara del chico hizo que éste trastabillara cayendo en redondo al suelo. Quedó atemorizado de verdad al ver como Mario se acercaba despacio, mirándolo desde su altura.
-Cuidado con lo que vas a decir, machito. Las amenazas hay que cumplirlas siempre nunca formularla de boquilla. No aquí y yo presente ¡Ojito conmigo, tío! ¡Ojito conmigo!
Lo que no supieron los hermanos al marcharse de allí fue que Mario subió a la habitación donde se encontraba Débora desnuda, recién bañada y peinada. Lo esperaba con las piernas cruzadas y que descruzó nada más verlo aparecer.
-Has tardado mucho, mi querido Mario ¿Problemas con mis chicos? –La mujer le sonreía con un cariño infinito, sin moverse del sitio, mostrándole su feminidad recién utilizada y siempre bien cuidada –Con esa bondad de gordo que tienes…
-Nada de eso, tuve que darle un guantazo a tu hijo mayor, Debo. Se estaba pasando como el gilipollas que es –El gigantón estaba a pocos centímetros de la mujer, desabrochándose la bragueta y enseñando un pene muy crecido y grueso pero algo pequeño para semejante hombre –Es un cabrón redomado ¡Mira que traer a su hermano pequeño!
-No te preocupes de eso, amor, ya me encargaré de su debido castigo dentro de poco. Toma, Mario, esta es tu parte –Dijo Débora entregándole el pequeño fajo del dinero que separó de su montante –Ahora, te pediré de favor que no vuelvas a admitir más a mis hijos como observadores en mis punterías. He pasado un mal trago aunque disfruté de lo lindo cuando Robert se cabreó conmigo.
-Me engañó, preciosa mía, me engañó como a un chino. Dijo que el pequeño sabía de tus golferías y que deseaba verte en acción. Te lo juro, yo no quería y te lo comuniqué esta mañana. No lo prohibiste.
-Tranquilo, gordito mío, hiciste muy bien. Quise darle una lección pero no pensé que se trajera a Ferdy y me equivoqué de plano. El pequeño me adora, lo soy todo para él y lo he defraudado…
-¿También te desea, Débora? –Preguntó suavemente Mario, colocándole la punta del pene entre los labios.
-Sí, Mario -La prostituta pasó la punta de la lengua por el glande y, luego, dando un gran lengüetazo –Su padre quiere introducirlo ya en la costumbre de la familia, como lo hizo con su hermano mayor
Las suaves manos de la mujer comenzaron a ocuparse de la polla del gigantón masageándola, apretando los escrotos que se pusieron más duros. Nuevamente lamió el glande, todo el contorno del falo hasta llegar a los huevos metiéndoselos uno a uno en la boca y, luego, volviendo a introducir el pene hasta la misma garganta. La mujer lo miraba con ojos sonrientes mientras lo mamaba. Durante un rato estuvo así y el gigante le revolvía los cabellos estirándolos, jadeando a cada movimiento que ella le daba a su polla, agachándose sobre la cabeza de la mujer para buscar sus tetas magras.
Poco después, Débora se la sacó y, tendiéndose en la cama se recostó, con la cabeza ladeada y apoyada en el cabezal con los brazos como almohada. Abrió bien las piernas, enseñándole una vulva de labios pulposos, exquisitamente limpios de vellos. Sus hermosas tetas se aplastaron suavemente en el nacimiento cayendo a los lados, dejando entrever unos pezones desarrollados y empitonados.
-Soy tuya, Mario. Vuélveme loca con tu pinga, amor
-¡Eres una verdadera puta, Débora! ¡Una puta auténtica! Nadie te ha hecho correr tanto como tu hijo Robert ¡Si lo sabré yo! A mi no me engañarás jamás, zorra. Los demás sólo somos simples mortales que nos corremos en tu precioso coño de guarra.
-Sí, es verdad, cariño. Pero procuro haceros disfrutar mucho ¿A qué sí? Jajajaja –La muy pécora se burlaba sin el menor atisbo de miedo. Pronto lo tuvo encima y ella desapareció bajo el enorme volumen del gordo, sintiéndose completamente contenta, intentando rodearlo con sus brazos y piernas -¡Reviéntame con tu pollaza salvaje, amoooor!
La mujer sabía que Mario la amaba desde hacía mucho tiempo y siempre en silencio, respetándola como mujer y amiga. Mario era su mentor y su chulo a la vez. Seguía siendo para él la única golfa amable que soportaba sus ciento cuarenta y cinco kilos encima sin importarle y eso lo valoraba mucho el dueño del pub. Nuevamente volvió a reír. Pero ahora no era una risa cínica y burlesca sino más bien un grito angustioso por lo ocurrido no hacía una hora.
Mario, que la conocía muy bien, se estremeció de verdad con el grito. Débora no gritaba porque se sintiera completamente llena de él. Débora lloraba su drama familiar.
Capítulo III – Maritza
¡¡Aaaaah!! ¡¡Córrete, papá, córrete y rómpeme otra vez el culooo!! ¡¡Aaaay…!! –La bella joven estaba boca abajo, chorreando sudor, con el rostro transfigurado, las nalgas en pompa y las piernas bien abiertas. Un hombre maduro, con calva incipiente, buena presencia física y porte, la enculaba con violencia derritiéndose en ese momento dentro de las entrañas de la chica como un helado en verano. Se quedó quieto, encima de ella recuperándose y dejando que el semen empezara a correr por fuera del esfínter, hacia los muslos. Estaba vencido, completamente agotado y acostado sobre la bien formaba espalda de su hija. Era el último de tres polvo de toda una gloriosa tarde –Me haces… me haces muy feliz cuando me castigas para luego follarme o sodomizarme, Mi Señor ¡No tienes idea cuanto te deseo! Ya sabes que desde niña has sido para mí el único ídolo en mi vida. He follado con unos cuantos, Señor, porque así lo has ordenado, pero nadie ha tenido el coraje de desbancarte, ni siquiera Robert.
Y era verdad. Para Maritza no había habido ningún otro hombre en su joven existencia como mujer que superara a su venerado padre, ni tan siquiera cuando, por orden de Éste, empezó a follar con su hermano mayor el mismo día que cumplió quince años. Ahora tenía veinte. Se convirtió incondicionalmente en la sumisa de su padre teniendo catorce y de la mano de su madre. Desde entonces, la había hecho suya siempre, y como quiso.
Tenía buena relación con su madre pero la odiaba a la vez porque. Su Amo seguía durmiendo en la cama matrimonial con ella. La deseaba todavía y seguía follándola a pesar de venderse como la maldita furcia que era. Y ella sufría a solas, llorando en la intimidad de su alcoba. Algunas veces fue sorprendida por Robert que sabía de su tristeza y aprovechaba el momento para violarla sistemáticamente. Al día siguiente, aun sabiendo que recibiría un castigo físico, ponían en antecedente a Su Dueño y, Éste, montando en cólera, la castigaba en la cara, en las nalgas o donde la cogiera, sin miramiento alguno. Todo lo soportaba encantada porque gustaba sentirse castigada por Él. Pero el inmenso dolor de saberlo en los brazos de la golfa aquella eso sí era cruel y un auténtico sufrimiento.
-Golfita, vístete ahora. Tu madre y hermanos estarán a punto de aparecer.
-Mi Señor, sabes que me paseo por la casa desnuda, sólo para tus ojos –Su hermoso rostro de jovencita quedó ensombrecido por la tristeza -Me ves así a diario y ni cuenta te das. No me amas lo suficiente, Señor, ni siquiera me deseas como antes… ¡sniff, sniff…!
-¡Cariño, cariño, no llores! Sabes que eres mi puta favorita. Nunca dejaré de desearte, Maritza. Soy tu padre, tu Dueño y Señor también –La tomaba entre sus brazos apretándola por sus preciosas nalgas escarnecidas por los azotes repetidos de toda una tarde loca de sexo –Lo sabes muy bien. Que no se te olvide. Pero te quiero vestida ¿Entendido?
En ese momento entraba alguien en la casa con mucha prisa y, por la puerta abierta de la habitación se dejó ver un Ferdy transfigurado, violento, corriendo como un animal escaldado.
-¡Ferdy! -¡Ferdy! -¡Ferdy! ¿Qué ocurre, hijo? –Gritó el cabeza de familia apartando a su esclava de él. El chico no se paró, iba ciego. Gonzalo comprendió que no lo había oído y ordenó de inmediato a Maritza -Ve a ver qué le pasa a tu hermano. Consuélalo y deja que te toque lo que quiera. Necesito saber lo que pasa. Luego, preséntate ante mí.
Maritza sacó del cajón de la mesilla de noche de su coqueta alcoba un juego de mini bragas y un picardía negro transparente. La orden no dejaba tiempo de asease y se colocó en la entrepierna unos Tampax cubriendo su vulva y esfínter dilatados, chorreantes. Un saludo con la cabeza al Señor fue el permiso que pidió para salir deprisa de la habitación en dirección a la de su hermano pequeño. Al entrar lo encontró hecho un mar de lágrimas.
-¡Ferdy, mi niño pequeño! ¿Qué ha ocurrido? Cuéntaselo a tu hermanita querida ¡Anda!
-¡Déjame! ¡Déjame! –Se revolvió Fredy a las caricias de la chica dándole la espalda -¡Quiero morir, Maritza! -¡Quiero morirme ya!
Maritza sonrió maternalmente. Lo tomó en sus brazos acurrucándolo contra el pecho orondo. La cara del chico era todo un poema del sufrimiento. Le dolió verlo así.
-¡Por favor, Ferdy, cuéntaselo todo a tu única hermana! Soy la que más te quiere en casa
-¡Eres una falsa, Maritza! ¡Tú sólo quieres a papá! A mí nunca me has permitido follarte como lo hace el cabrón de Robert ¡Es un maldito hijo de puta!
Gritó la obscenidad a boca llena. El rostro del chico se volvió fiero. Para la opinión de la joven era impropio aquel estado de ánimo del pequeño de sus hermanos. Además, el chico jamás ofendería a su amada y deseada madre.
Sí, el problema era gordo y el capullo de Robert tenía la culpa de todo lo que le ocurría a Ferdy. Pero tenía que saber la verdad del asunto.
-Si me lo cuentas todo ahora, con el previo permiso de papá, dejaré que me folles como quieras ¿Qué dices a eso? Pronto entrarás en el círculo familiar, mi vida ¡Las hembras de esta casa somos unas fieras! Nos retorcemos de lujuria bajo vuestras pollas.
-No, no… –Dijo Ferdy subiendo la cabeza y dejando escapar tímidamente una mano hacia una de las flageladas y duras tetas de su hermana -¿De verdad me vas a permitir estar contigo, Maritza? ¿Papá lo consentirá?
-Pronto seré tuya, te lo prometo. Ahora, tócame todo lo que quieras mientras me cuentas lo sucedido, mi niño pequeño –Para Maritza, Ferdy, aunque lo veía ya como a un joven guapo, fuerte y muy deseable sexualmente, seguía siendo “su niño pequeño” -¿Qué te hizo el golfo de nuestro hermano?
-Me llevó al Mario’s Pub diciéndome que mamá aparecería por allí. Efectivamente, apareció y estuvo con un tío que se la folló… –Ferdy hundió nuevamente su rostro en el pecho de su hermana. Estaba echo un mar de lágrimas -¡Oh, Dios mío!
Maritza sabía que Débora era para el chico los dos ojos de la cara, la mujer soñada, muchas veces se lo había dicho en la cocina mientras ella cocinaba para la familia. Odió a Robert como nunca pensó que pudiera odiarlo ¿Cómo pudo haber sido tan cruel?
–Mamá… mamá estaba… ¡Aaaah! ¡Maritza, qué dolor…!
La joven conocía la enfermedad de su madre. De hecho había sido su padre quien permitió que ella siguiera en la prostitución como terapia a su mal, según dijo. Particularmente siempre la consideró una puta impenitente, una mujer a la que Su Señor ayudó mucho en su regeneración pero que no lo había logrado en los años de matrimonio. Sin embargo, Débora, con el tiempo, comenzó a entrar en una dinámica disciplinaria voluntaria pero había épocas, el verano, por ejemplo, se dejarretaba sin llegar a hundirse. Era un mal heredado del padre de ella. También conocía muy bien que su madre bebía los vientos por su hijo mayor, el “amante maravilloso”, como solía decir estando ambas en la misma cama o en el baño, gozando a tope del lesbianismo.
-Calmante, mi niño pequeño, cálmate. Piensa en mí. Te prometo que me follarás como quieras y todas las veces que quieras. Te juro que voy a vivir ilusionada para este encuentro de igual forma que te pasará a ti. Ferdy. Algún día mamá será tuya también y la gozarás como lo hace Robert. Sí, él es ruin, lo sé. Tiene una rabia sorda escondida en su pecho sin razón alguna. Sabéis desde hace tiempo que las dos mujeres de esta casa seremos vuestra tarde o temprano Pero, mi niño amado ¡Pasa de él! Le gusta hacer daño. Piensa solamente en lo bien que vamos a estar esa noche maravillosa tu y yo…
Pero Ferdy no fue fácil de convencer y, de pronto, después de echar litros y litros de lágrimas, se quedó dormido en sus brazos. Salió de la habitación sin hacer ruido, después de haberlo arropado. Tenía que hablar inmediatamente con Su Señor.
-¡Qué cabrón es ese hijo mío! ¿Y se llevó al chico al pub de Mario? Cuándo venga se las verá conmigo ¡Ya lo creo! –Estaba verdaderamente enojado y ella supo que la pelea estaba servida –Si, hija, esta noche, después de la cena, te entregaré a tu hermano pequeño. Ya es hora que se estrene en nuestro club y nadie mejor que tú para su debut. Tienes mi permiso.
-Pero tu has dicho siempre que ese derecho le corresponde a mamá ¿Ahora quieres que sea yo la elegida?
-Maritza, ahora digo que seas tu y nadie más ¿Estamos? –Y la miró largamente, con seriedad amenazadora. La chica no osó replicar. Asintió con la cabeza retirando sus lindos ojos de los de Él mostrando, como hacía siempre, su respeto.
La joven estaba preparando la cena cuando oyó que la puerta de la calle se abría. Era su madre que tampoco traía buen semblante. Ésta no saludo a nadie y fue directamente a la habitación matrimonial seguida a distancia por la hija. En la alcoba, Maritza volvió a contar lo sucedido en Mario´s Pub. Débora sonrió con tristeza afirmando en todo momento con la cabeza, admirando la preciosa desnudes de su única hija a través del conjunto negro.
-Maritza, hija, creo que debes ir pensando ya en vestirte más a menudo. No puedes estar todo el día luciéndote así para tu padre. Éste ya te conoce a fondo y no creo que tenga inconveniente en que te cubras más. Tienes veinte años y dos hermanos –Y volvió a reír, ahora resignada. De pronto, se fijó en el culo duramente azotado de su hija y sintió rabia sorda. Nunca permitió ni permitiría jamás que sus amantes les ponga la mano encima -¿Nos bañamos tú y yo? Se nota que has tenido una tarde muy atareada ¿Más de lo mismo con El Señor? ¿Ha vuelto a castigarte?
-¡Naturalmente, mamá! ¡Le asiste ese derecho! Hace tiempo que le pertenezco y lo sabes –Y enfadada -¿Y tú? ¿No has podido asearte en ese picadero que tanto visitas?
Vale, vale, hija –Y echando la cabeza para atrás lanzando una alegre carcajada
Capítulo IV – En el baño
Débora y Maritza estaban en la bañera llena de agua y jabón de espuma. Sus dedos gordos de los pies buscaban la abertura de los labios mayores. Las mujeres estaban gozando en silencio, mirándose felices, cogiéndose de las manos que descansaban sobre el pretil de la bañera mientras que con las otras se frotaban los pezones. Eran momentos de relax donde no se acordaban de la polla de ningún hombre, donde las caricias y los besos compartidos eran muy distintos, más puros y más excitantes. Cuantas veces madre e hija habían gozado así, en la soledad del baño o la cama, comiéndose sus vulvas o hundiéndolas una contra la otra.
Dejaban correr el tiempo orgasmando hasta el cansancio. Nadie de la casa las molestaba nunca y terminaban dormidas abrazadas, contentas y renovadas.
Pero esta vez no fue así. De pronto, mientras se entregaban a un profundo y húmedo beso francés, la puerta del baño se abrió con violencia y bajo el dintel apareció Robert. Alto, delgado y fibroso, tan hermoso como su propia madre o la hermana. Al ver la escena se encabritó y su pene quedó relevante en su pantalón. Para las dos mujeres, asqueadas y molestas por la interrupción, no pasó inadvertido tal erección del hermoso Apolo.
-¿Qué es lo que quieres ahora, voyeur de mierda? –Bramó más que chilló Débora sobre la boca de Maritza –Estamos bañándonos, descansando de todos vosotros.
-¡Valla, dos guapas putas boyeras! ¡Papá, ven aquí, por favor! –Robert mantenía la puerta con el brazo extendido. Pero no obtuvo respuesta -¡Tú te lo pierdes, cornudo! –Volvió a gritar el mayor, con su soberbia habitual
-¡Vete de aquí, Robert, déjanos solas! –Suplicante la madre -Te lo pido de favor
-¿Y qué me das a cambio, madre putona?
-¡Esto, cabrón mal nacido! –Y levantándose de la bañera como un rayo sorprendió a su hijo cogió uno de sus zapatos de tacón alto y tirándolo con gran puntería en mismísimo rostro -¡¡FUERAAA!!
-Ven conmigo, Robert –Gonzalo, el padre, había aparecido de repente tomando al hijo por el brazo con violencia –Déjalas en paz, no están molestando a nadie. En cambio, tú si, Robert. Ese odio que sientes por tu madre te perderá algún día. Pero, de momento, tú y yo vamos a tener una conversación muy seria, de hombre a hombre. Ven conmigo al salón ¡Ahora mismooo!
-¿No te has fijado en estas dos boyeras putonas, papá?
Gonzalo no reparó en consecuencias. Ni corto ni perezoso alargó la mano abofeteando sin piedad el rostro joven de Robert que perdió el equilibrio dándose contra la pared de enfrente. Quedó muy sorprendido, luego su rostro se volvió lívido, enfurecido. Sin embargo, no se atrevió a reprocharle a su padre el golpe recibido. Sin temer el patriarca la reacción de su vástago mayor, lo cogió nuevamente del brazo y, empujándolo con fuerza, se lo llevó con él. Las dos mujeres estaban agradecidas, clavándose los ojos totalmente abiertos por la sorpresa, admiradas a la vez. Los dos hombres se alejaban y Robert discutiendo acaloradamente con su padre. Henchidas de emoción, volvieron a besarse y a tocarse por entero. Débora miró hacia la puerta abierta después de besar intensamente la boca de su única hija
-Tu padre y Señor, cuando se pone furioso, hay que temerle, Maritza.
-Sí es verdad, mamá, por eso lo amo tanto y por eso se ha convertido en Mi Señor. Es todo un caballero de verdad.